Las obras de Santa Hildegarda de Bingen. Parte 6

Las obras de Santa Hildegarda de Bingen. Parte 6

A los 65 años, Santa Hildegarda de Bingen fundó el monasterio de Eibingen, ubicado al otro lado del río Rin, cerca de Rüdesheim. Este nuevo monasterio se convirtió en un refugio para jóvenes humildes que deseaban vivir en comunidad, en oración y servicio.

A pesar de su edad avanzada, Hildegarda conservaba un espíritu enérgico y disciplinado. De hecho, dos veces por semana remaba a través del caudaloso río Rin desde Bingerbrück para visitar y cuidar personalmente a sus monjas. Este gesto mostraba su profunda entrega y amor maternal hacia su comunidad religiosa.

Una mujer incansable en misión evangelizadora

A los 70 años, Hildegarda continuaba recorriendo Alemania con entusiasmo y determinación. Visitaba ciudades, aldeas y monasterios para predicar el mensaje de salvación, exhortar a la conversión y fortalecer la fe del pueblo cristiano.

Sus palabras, llenas de sabiduría y fervor, tocaban corazones de todas las clases sociales. A través de su testimonio, muchos comprendían que la verdadera autoridad espiritual proviene del servicio, la humildad y la fidelidad al Evangelio.

Asimismo, su figura se convirtió en un símbolo de esperanza y renovación para la Iglesia medieval, especialmente en tiempos marcados por tensiones políticas y religiosas.

El conflicto con el cabildo y la prueba de la fe

Incluso en su vejez, Hildegarda enfrentó grandes desafíos. A los 80 años, tuvo que sostener una difícil disputa con el cabildo de su diócesis. El conflicto surgió por el entierro de un caballero excomulgado en el cementerio del monasterio.

Aunque Hildegarda sabía que el hombre se había arrepentido y recibido los sacramentos antes de morir, las autoridades eclesiásticas exigieron su exhumación. Ella se negó, defendiendo con firmeza la misericordia divina sobre la rigidez legal.

Como consecuencia, el cabildo castigó a la comunidad con severidad: se prohibió el rezo del oficio divino, se tapiaron las puertas de la iglesia y se les negó el acceso a los sacramentos. Sin embargo, Hildegarda no se rindió.

Durante un año entero, luchó con valentía y fe inquebrantable por la rehabilitación de su comunidad. Finalmente, su perseverancia fue recompensada: el obispo levantó la sanción, y el monasterio pudo volver a celebrar la liturgia y abrir sus puertas a la luz de Dios.

Conclusión:

La vida de Santa Hildegarda de Bingen en su madurez es una prueba viviente de que el espíritu de Dios renueva la fuerza del alma incluso en la vejez. Su ejemplo nos enseña que la obediencia a la verdad y la justicia divina está por encima de cualquier miedo o presión humana.

A través de su vida, comprendemos que la fidelidad a la voluntad de Dios no siempre es fácil, pero siempre conduce a la victoria interior. Santa Hildegarda nos invita a vivir con paciencia, firmeza y confianza plena en la misericordia divina, incluso en medio de las pruebas más duras.